Cuando piensas en supervivencia, seguro te vienen a la mente cuchillos, fogatas y mochilas llenas de cosas útiles. Pero hay algo que vale más que cualquier herramienta: un buen plan. Ya sea que estés en una misión en la selva, atrapado en la nieve o huyendo de una amenaza, saber lo que vas a hacer —y cómo— puede ser la diferencia entre regresar a casa o no. En Sandiario te voy a contar por qué planear es clave, cómo hacerlo bien y qué detalles no puedes dejar pasar.
La importancia de planear
Todos sabemos lo importante que es un plan militar para una guerra o una batalla. Un mal plan puede echar a perder la ventaja que ya se tenía, mientras que un buen plan puede darle la vuelta a una situación que parecía perdida.
Si lo comparamos con los planes de supervivencia, puede que estos parezcan menos importantes... hasta que te topas de frente con una situación real de vida o muerte. Imagínate esto: el enemigo te viene pisando los talones y no te queda otra más que huir. Pero traes unos zapatos que no te quedan bien. ¿Crees que vas a tener muchas chances de escapar? Y si además no estás acostumbrado a caminar largas distancias, puede que ni siquiera hayas pensado en los zapatos hasta que ya es demasiado tarde.
Por ejemplo, si vas a una zona tropical a cumplir una misión, te vas a topar con un clima seco y caluroso. En ese tipo de ambiente, el agua es escasa, así que necesitas aprender a ahorrar cada gota. Tienes que encontrar formas de conseguir agua y reducir al mínimo su uso innecesario. Si estás en un equipo, todos tienen que tener esa misma mentalidad. Un truco muy útil es que, cuando cada quien esté llenando su cantimplora de un bote grande de 5 galones, alguien más se encargue de juntar el agua que se derrama. Esa agua, aunque parezca poca, puede servir para lavarte la cara o los dientes.
Otro detalle que muchos olvidan en sus planes es cuidar el cuerpo. Antes de cada misión, hay que hacerse un chequeo completo. Por ejemplo, revisarte bien los dientes. A muchos les parece algo sin importancia comparado con la presión o el ritmo cardiaco, pero si te da dolor de muelas en medio del monte, no vas a poder concentrarte y eso te puede costar muy caro. Lo mismo pasa con las vacunas. Si se te olvida ponerte la más reciente y te enfermas allá afuera, olvídalo... no va a haber ningún doctor que llegue con la jeringa a salvarte.

También hay misiones donde no puedes cargar muchas cosas porque te mueves en espacios reducidos. Por eso, tu plan debe incluir un lugar seguro donde guardar tu mochila y municiones, pero que al mismo tiempo puedas alcanzar rápido si tienes que moverte en chinga.
Como ves, tener un buen plan lo es todo. Y para que tu plan funcione, tienes que compartirlo con quienes te rodean. Diles qué vas a hacer y cuándo, para que estén enterados de todo. Así, si llegas a perder contacto o no llegas a tiempo a un punto acordado, ellos pueden empezar a buscarte, echarte la mano o incluso rescatarte. Acostúmbrate a reportar tus planes. Es la diferencia entre recibir ayuda a tiempo… o no.
¿Cómo hacer un buen plan de supervivencia?
Ahora que ya entendiste por qué es clave tener un plan, toca saber cómo armar uno.
Primero, prepárate con el equipo adecuado y aprende bien cómo usarlo. Por ejemplo, si la misión es en la nieve, necesitas modificar los vehículos: ponerles llantas especiales para nieve y cargar peso extra en la parte trasera para que tengan mejor tracción. También hay que llevar pala, cobijas y sal, por si el coche se queda atascado.
Después, define bien cuál es la meta de la misión y cuánto tiempo tienes para cumplirla. Puedes dividir el plan en tres partes: preparación, ejecución y cierre. Haz un calendario claro para cada etapa, y no lo llenes de actividades como si no pudiera pasar nada raro. Deja espacio para imprevistos, porque si el plan está muy apretado, la gente se va a estresar, y si algo se retrasa, el ánimo se viene abajo. Y ya con eso, el resto del plan se empieza a caer.
También es importante saber quién hace qué dentro del equipo. Muchas misiones se logran solo si todos trabajan codo a codo. Si tú eres el líder, tienes que conocer bien a los demás: su carácter, lo que les gusta, en qué son buenos. Antes de empezar, busca que las personas que reclutes tengan lo que se necesita. Por ejemplo, si vas a una misión en un pueblo africano, estaría buenísimo contar con alguien que hable el idioma local. Cuando ya tengas el equipo armado, reparte las tareas de acuerdo con las fortalezas de cada quien. Así, cada quien se enfoca en lo suyo, sin estorbarse, y todo fluye mejor.
Por último, aunque el plan lo arme una sola persona, hay que aprovechar las ideas de todos. Ya sabes cómo es esto: cuando hay muchas cabezas pensando, surgen diferencias. Por eso, lo mejor es que alguien tome las decisiones finales, pero sin cerrarles la puerta a los demás. Nadie lo sabe todo. Cualquier persona puede ver un detalle que se te escapó. Si cada quien aporta algo, el plan se vuelve mucho más sólido. La fórmula es simple: una persona coordina, escucha las ideas, filtra lo que sirve y lo que no… y ¡listo! Ahí tienes tu plan de supervivencia.
Sobrevivir no depende solo de tu fuerza o tu equipo, sino de qué tan bien pensaste las cosas antes de actuar. Un plan no solo te da dirección, también te da calma, control y mayores probabilidades de salir bien librado. Así que no dejes todo al azar. Aprende a planear con cabeza fría, comparte tus decisiones con quienes te rodean y recuerda: más vale perder unos minutos planeando que perderlo todo por improvisar.